Falso Falso




Recordaba perfectamente la situación y la contaba con lujo de detalles.
Arrancaba el año 2002 y todo se caía a pedazos. Eran cuatro alrededor de una mesa alta. Sentados en cuatro banquetas. Abrían una caja de pizza recién comprada en la pizzería de la esquina.
- A quién se le ocurrió pedir pizza de carne!!! - casi gritaba Ernesto blandiendo la tapa de cartón como si fuese una espada. Era el purista del grupo. No podía soportar la falta de coherencia y la traición a la tradición.
- Siempre comemos lo mismo.- intentó una defensa Euge, la culpable y única mujer de la mesa de los muchachos, derecho ganado a fuerza de mucho insistir.
- Esperamos a Nacho? dijo para ganar un poco de tiempo.
- Que se curta si no llega.- dijo Cucurucho muy serio. Siempre estaba muy serio.
En un grabador sonaba bastante fuerte un disco de Las Pelotas que acababa de salir. Pedro, dueño de casa no paraba de insistir con la banda y no desaprovechaba la oportunidad que poner su música.
Como dije, Euge recordaba perfectamente la situación. Ernesto, Pedro, Cucurucho y ella sentados alrededor de la pizza. Ernesto volvía a desarrollar sus enmarañados soliloquios en relación a la vanguardia soviética de los años veinte y el Constructivismo como su expresión más verdadera en contraposición de los falsarios Racionalistas.  Eran tiempos del resurgir de la discusión política en la facultad.
- Lo importante era encontrar lo verdadero, no al pedo el diario más grosso de la URSS se llamaba Pravda, verdad...-
- Falso, falso.- Repetía Cucurucho como en un mantra negador.
A Euge le atraía como se entusiasmaba. Le gustaba la forma de hablar de Ernesto. Un poco tonta, un poco cínica, un poco inteligente, un poco infantil. Todo junto en un combo que calzaba bastante bien a sus instintos de madre sobreprotectora y su pizca de falta de autoestima.
Pedro seguía callado la sucesión de barbaridades que se desparramaban alrededor de la mesa con cansada expresión de hastío. Nada nuevo. Siempre parecía querer escaparse. Siempre a punto de irse, siempre apurado por llegar a ningún lado. Esta vez estaba un poco más incómodo porque la reunión era en su propia casa y no había dónde ir.
Sonó el portero cuando empezaban a comer. Nacho llegaba con un cigarrillo prendido en una mano y una bolsa de supermercado en la otra en la que habìa botellas. Tres cervezas y un vino blanco en característica botella marrón y etiqueta amarilla.
- El vino lo saqué de la heladera de casa. Mi viejo lo toma, que se yo, fíjense. No me alcanzaba para más. - dijo sin sacar el cigarrillo de entre los labios. Nadie tomaba vino en esa mesa.
- Ponelo en la heladera que lo abrimos cuando se acabe el porrón.- dijo Ernesto.
Abrieron una cerveza y le hicieron un lugar a Nacho. Empezó a contar cómo le costó encontrar un kiosco que le vendiera cigarrillos con Lecop. Trabajaba en una dependencia oficial y cobraba parte de su sueldo en bonos.
- Más feo que fumador con Lecop.- dijo y se rieron todos.
Siguieron hasta  tarde. No había nada qué hacer. Era un martes por la noche. La excusa era algo de la facultad pero todos sabían que del tema no se iba a hablar. A eso de las dos de la mañana Euge recordó el vino blanco.  Una nube de tabaco inundaba la atmósfera de la pequeña cocina.
- Y si abrimos el vino de Nacho?-
- No me gusta el vino blanco. Es de vieja.- dijo Ernesto iniciando mentalmente una nueva teoría.
- Dale, que se yo. - Dijo Nacho ya tirado en una reposera fumando al lado de la mesa alta.
- Falso, falso. - Dijo intrigante Cucurucho aspirando profundamente la última pitada de su cigarrillo. Lo apagó haciendo movimientos circulares contra el cartón de la caja de pizza que todavía estaba en la mesa.
- Basta con esa pavada Cucu.- le respondió Euge dándole una palmada en el brazo.
Había un problema que era la falta de sacacorchos. Pedro no tenía. Intentaron con un cuchillo y nada. Después de mucho luchar terminaron metiéndolo en pedazos dentro de la botella. Pedro sí tenía un pequeño colador que usaron para que los trocitos no cayeran dentro de los vasos.
- No solo es de vieja. Es de vieja oligarca! Vieron? Si no tenés el sacacorcho no lo podes abrir. El porrón es del pueblo y lo abrís hasta con los dientes.- Vociferaba un poco Ernesto sin captar demasiada atención.
Era extraño pero Euge recordaba todo. La forma en que Pedro sirvió los vasos puestos en círculo ayudándose con el coladorcito blanco y los repartió entre los cinco. Cómo brindaron chocándolos. El color amarillo un poco verdoso que le llamó la atención. El primer sorbo. Un gusto a uva, ácido pero medio dulzón. Un amargor que le quedó en el fondo de la lengua. Extraña sensación. Le hizo acordar primero a las uvas verdes que comía en la casa de su abuela cuando iba a visitarla. Volvió a probarlo y la sensación seguía ahí. Además sintió una especie de aroma conocido. Como si fuese el patio de su casa. A flores? Pensó que no podía ser y siguió tomando. La charla estaba un poco apagada cuando Euge preguntó:
- No le sienten olor a jazmines? -
Todos rieron a la vez. Hasta Cucurucho dejó su ceño fruncido por unos segundos.
- En serio...- insistía Euge, casi obligándolos a olor sus vasos.
Lo hicieron pero nadie sintió nada particular más que olor a vino.
Ella no sacó más el tema pero quedó con la sangre en el ojo por las cargadas de sus amigos y porque no podía ser que sus sentidos la traicionaran de esa manera.
La anécdota solía contarla frecuentemente a sus clientes de la vinería de zona centro que atendía para explicar cómo el vino aparece en la vida de las personas de manera casual, casi sin quererlo.
- Y el primer vino que me pegó fue un torrontés de treinta pesos, podés creer? remataba riéndose.

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